En el siglo III a.c., el gran Arquímedes de
Siracusa, físico, matemático e inventor de la Grecia clásica, se ocupo también
de él y estableció que π estaba comprendido entre 22/7 y 221/71; esta
aproximación del valor de π se utilizo hasta la edad media, y es en el siglo
XV, en la India, cuando se usa por primera vez una serie infinita convergente
para su cálculo más exacto.
Por cierto, que el numero en cuestión no tuvo
ningún nombre en particular durante varios siglos. Designarlo con la letra
griega π (pi) fue idea del ingles William Jones, en 1706. Se trata de acuerdo
con nuestra clasificación actual, de in numero irracional (decimal no periódico), que cuenta con un
número ilimitado de cifras decimales. Esto ya se sabía desde la antigüedad y,
en consecuencia, no es de extrañar que se hayan dedicado innumerables esfuerzos
a tratar de conocer con mayor exactitud su valor.
Entre los matemáticos que se han dejado seducir
por π, se destacan el francés Franciscus Vieta, que le calculo, en el siglo
XVI, 10 cifras decimales y el alemán Ludolph Van Ceulen, que murió en 1610 y
pidió que se grabaran en su lapida las 35 cifras decimales que había calculado.
Sin embargo, esto no es nada comparado con lo que sucedió a mediados del siglo
XX.
La llegada de los ordenadores marco un antes y
un después del cálculo de π; el ENIAC, trabajando durante 70 horas, determino
2037 cifras decimales exactas en 1949. La progresión continuo imparable a
medida que se perfeccionaban los equipos. Por ejemplo, en 1999 los japoneses
Kanada y Takahashi obtuvieron con ayuda de un ordenador Hitachi SR8000 más de
68.000 millones de cifras decimales. Diez años después, en 2009, el record ha
sido pulverizado. Takahashi ha logrado más de dos billones y medio de cifras.
Su secreto: una supercomputadora T2K Tsukuba System, formada por 640
computadoras de alto rendimiento conectadas, funcionando durante 73 horas y media.
¿Quién da más?
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